No sólo un feliz año.
Me encontré con el papel de siempre y solo esperaba una excusa para escribir algo, lo que sea. Luego, recordé que no necesito excusas; nacieron las ganas y fue suficiente. Este es mi entrada de fin de año, esa que todos escriben con buenos deseos y la típica frase que, en épocas anteriores, se dejaban en tarjetas de cartulina brillante y pirotécnicos de tinta y escarchas a tropel. Si bien el fin es subjetivo, siempre trato de ignorarlo. Hoy, bien podría ser un 32, como tanto me gusta, pero prefiero dejarme llevar por el ambiente y parar de cuestionar hasta la disposición del calendario con 52 semanas y, si acaso, un bisiesto con unas 24 horas para llevar. Antagónicamente, ignorando el fin, anhelaba el comienzo. Pensaba, hace un par de años, que mis quimeras serían derrotadas después de las 12 campanadas. Sacaba una maleta, me comía las dichosas uvas y esperaba el rocío de suerte que, suponiendo todo lo creído tuviera tan solo una partícula de cierto, caería sobre mi. La ingenui...