De memorias ajenas, para seguir.

Hace cuatro meses, creía que podías regresar, que tu "adiós" era producto de un mal momento guiado por la cólera y esperé como quien no espera nada, haciéndome de la vista gorda a tus evidentes despedidas, manteniendo mis esperanzas sobre un sentimiento que estaba allí, a la vista de todos.
Me llamaba Paula, pero luego de perderte, quise olvidar hasta mi nombre, para no tener que recordar tu voz al enunciarlo...Paula, mi amor, mi princesa, mi cielo...Paula, mi vida, mis ganas de besarte...Paula, te amo, cásate conmigo...Paula, quédate. 
Ahora estás aquí, escribiendo junto a mi tantos recuerdos. Me estoy torturando o simplemente mantengo a salvo la memoria, no se diferirlo, no ahora. Recorro tu piel como lo hice miles de veces antes, sin percatarme que realmente no estás allí, que imagino todo y estás tan lejos como antes, cuando te fuiste. Un beso en el cine, una caricia entre las cálidas olas del atlántico, esas que ahora, gracias a los recuerdos, se desfiguraron y me cortan con una quietud glacial. 
Junto el valor necesario para plantarme frente a ti, mirarte a los ojos y no derretirme en una despedida fortuita, sin poder robarte el sentido de la pertenencia en un beso...Y no cualquier beso, si no aquellos que simplemente sabían a libertad, agua fresca y, de vez en cuando, silencios. 
Se que tú, tanto como yo, te sientes confidente de una falta grave. Dos tontos jugando a perdonarse los errores del otro, para sobrellevar esta carga tan pesada que nos tocó cargar cuando nos separamos, sin saber a ciencia cierta como se dividen los recuerdos, pues el divorcio de noviecitos, no conoce de esos casos. Pensé, en mi ignorancia, que llevaba la carga más pesada, al saber que tú, el irrevocable amor de mi vida, salía con una muchacha rubia, hermosa y con cara de ángel...¡Vaya, pero que antagonía de mi persona! Y ahora veo que tú, tanto como yo, sufriste la suerte de cancelar todo compromiso (si es que existió), para unirte una vez más a este infierno de soltería que ambos compartimos, en silencio, desde polos opuestos. 
Me creí en la disposición de comerme el mundo, de pisotear a cualquiera capaz de hacerme daño y seguir con mi vida, como si nada pasó en ella...Pero olvídalo, fue imposible, pues jamás pude alejar de mi ese instinto de benevolencia que me plantaron aquél día, cuando nací. 
Trazaste un camino paralelo, una trocha inevitable en una vida compartida, y yo, como por obra del destino, hice lo mismo sin tan siquiera proponérmelo. Conocí a alguien que me volteo el mundo en cuestión de tres días y no me preguntes como, porque ni yo misma lo comprendo. Fue mayor el temor al desengaño, que las ganas de intentarlo, por segunda vez, junto a alguien que ofrecía la felicidad que nos negamos.

Me paré de la cama solo para darle un salto a la vida y volver a renacer de nuevo, para leerte sin lágrimas en los ojos, disfrutando de los recuerdos y las dudas, los "te amo" a media voz y las disculpas jamás pronunciadas, por tener la incapacidad de ponerle nombre al descontento que algún día me invadió. ¡Entra en mi vida! te lo permito, una y otra vez, eso si, ven como un recuerdo silencioso, sin dolor ni reproches, con la vida a plenitud, para seguir caminando paralelamente en este universo que nos separó por capricho o condescendencia, pues podíamos terminar amándonos, a los 90 años de edad, con tanta locura capaz de voltear el planisferio, u odiándonos por ser tan explosivos y vivaces al mismo tiempo. 

Te amo, aunque no existas ahora como la carne que complementaba mis sentidos, conteniendo aquel espíritu capaz de colocarme de cabeza. Hasta pronto o hasta nunca, pero siempre hasta aquí, donde te quedarás por siempre, en mi memoria. 

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