Hoy estás cansada y te das cuenta que no importa si recorres 25 kilómetros en bicicleta o descargas tu energía en el bosque: igual te despertarás en medio de la madrugada. El insomnio llega a ti, como llegan los recuerdos, las preocupaciones, el "¿y ahora qué?" que cambia a diario, que te lleva a mordisquear todos los ositos de gomita que deberían durarte más de una semana. Estás cansada, si; y tienes miedo, claro. Porque todo lo que viene asusta, y asusta mucho. Te balanceas entre el par de minutos en que te sientes chiquita, insuficiente ante las exigencias de un universo que lo quiere todo y lo quiere ahora; y el resto de las horas donde te sientes invencible, porque no tienes otra opción. Estoy orgullosa de ti, porque de alguna forma lo estás logrando y deberías bajar la vara. Cada segundo de ansiedad es un segundo sin calma y cuando se conoce el valor del tiempo, no puede desperdiciarse de esa forma.
Los domingos siempre me han parecido un dia especial para la nostalgia. Y por supuesto que sé que esta afirmación es de conocimiento general y que no descubrí el agua tibia, pero nunca está de más repetirlo en voz alta: los domingos son, definitivamente, un día especial para la nostalgia. ... Hace par de meses volví a vivir sola. Fue como empezar, otra vez, a reconocerme en el silencio de mi hogar. Empecé por lo básico y lo banal, lo mecánico de la adultez. Entender que la nevera esté en la temperatura correcta, armar el escritorio más barato de Ikea, conseguir unas sábanas que cumplan su función hasta que pueda realmente comprar unas que me gusten, ubicar el supermercado más cercano y aprender a encontrar la mantequilla con sal en el mismo. Sencillo. Lista cubierta. Pero luego me tocó entrar de lleno en el único rincón de la casa que no quería visitar: yo. Me tocó aceptar que el insomnio no lo ocasionaba el colchón nuevo, pero si las memorias que se acumulaban en la espalda...
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