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Mostrando entradas de diciembre, 2012
A pesar de seguir esperando, me cansé y cerré la libreta. Crucé las páginas sin tomarle importancia a los sentimientos y seguí, sin dar una última vista. Sin llorar, sin mentirme, sin sufrir. Jamás pensé que sonreír, cargando las derrotas, sería tan satisfactorio. Paso las canciones, dejo las cartas, recojo las fotos y limpio el piso de memorias, de batallas perdidas. ¿Acaso importa? No lo sé, pero la satisfacción es casi tan grande como la calma que produce deshacerse de las cargas, sin borrar las cicatrices. Recoger los trozos y caminar con dignidad, mostrar las heridas pasadas y sonreír, como si la vida no fuera más que  una utopía. Y seguir, hasta que el tiempo se detenga para ti y sepas qué, en definitiva, ya no hay nada más que vivir.

127.

Es normal, para mi, hundirme cuando cierro los ojos y recuerdo abrazos coartados, ahora ya vacíos, cargados de momentos que no vuelven. Nada vuelve, porque nada queda. Me da miedo cerrar los ojos y dejar de percibirte. Te vas desdibujando, como un viejo boceto corroído por el tiempo, sin ningún tipo de contemplaciones con el grafito y la soledad de las hojas de papel. Saqué mis cuentas, sumé palabras y resté hojas fraccionadas, listas para ser lanzadas a la basura y comprendí qué, luego de 126 cartas, mi matemática se unió con la nostalgia y no me permitió seguir con la contabilidad. Hace más de dos noches que te puse al tanto de todo y ya no hay nada que decir, ni pensar; sonreír a la nada ya no es divertido y, considerar un encuentro, no cabe dentro de lo qué, las personas normales, llaman posibilidades. Quizás, tú tampoco serías capaz de comprender mis motivos, las pasiones que me mueven, las lágrimas que pierdo. Ya no espero porque te amo, te amo porque te espero; porque de