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Cuando era chiquita, solíamos pasar cada semana santa en el oriente del país: tres días en Rio Caribe, siempre de cara al mar, y tres días en Caripe, pegaditos a la montaña. Recuerdo haberme enamorado del mar desde pequeña y la memoria de esas semanas se mantienen en el podio de los recuerdos más felices de mi niñez.  No solo me gustaba pasar tiempo en los destinos, también me encantaba el viaje en carretera. A veces me desesperaba, si; pero una vez veía el mar en Paria, solo sentía calma y un deseo absurdo de poner mis pies en la arena tan pronto como fuese posible.  En esos viajes de carretera, ya habían ciertos rituales establecidos: a papá le gustaba empezar a manejar antes de las 5 de la mañana, con una coca-cola como acompañante. Yo solía dormirme hasta que el sol empezaba a colarse por las ventanas y esperaba paciente el momento en el que veía el criogénico de Jose. Aún recuerdo la primera vez que vi esas enormes montañas de coque y lo increíble -y gigante- que me parecía todo e
Mi vida ha estado llena de quizás. Una incertidumbre constante que me ha llevado a querer entender todo desde la perspectiva de un "si" o un "no", porque los "tal vez" incrementaban mi ansiedad.  Me ha costado entender que todo está lleno de matices y que esperar percibir la realidad solo desde los extremos, era aún más doloroso. Y hoy, aunque finalmente lo entendí, me cuesta muchísimo aplicarlo. ... La ansiedad ha sido siempre mi fiel compañera. No recuerdo un solo momento de mi vida en que ella no estuviese allí, tomando mi mano. Fui esa niña, incluso en el colegio, que jamás olvidó que debía llevar una cartulina al día siguiente. Tenía tanto miedo de olvidarlo, que básicamente se convertía en el único pensamiento que llenaba mi cabeza. Suena tonto, lo sé.  Ojalá hubiese sido solo la cartulina, pero no. Papá me repetía constantemente que yo era la mayor  y por tanto tenía que ser responsable. Ser responsable .  Ser responsable .  Ser responsable . Y lo f
 Los domingos siempre me han parecido un dia especial para la nostalgia. Y por supuesto que sé que esta afirmación es de conocimiento general y que no descubrí el agua tibia, pero nunca está de más repetirlo en voz alta: los domingos son, definitivamente, un día especial para la nostalgia. ... Hace par de meses volví a vivir sola. Fue como empezar, otra vez, a reconocerme en el silencio de mi hogar. Empecé por lo básico y lo banal, lo mecánico de la adultez. Entender que la nevera esté en la temperatura correcta, armar el escritorio más barato de Ikea, conseguir unas sábanas que cumplan su función hasta que pueda realmente comprar unas que me gusten, ubicar el supermercado más cercano y aprender a encontrar la mantequilla con sal en el mismo. Sencillo. Lista cubierta.  Pero luego me tocó entrar de lleno en el único rincón de la casa que no quería visitar: yo. Me tocó aceptar que el insomnio no lo ocasionaba el colchón nuevo, pero si las memorias que se acumulaban en la espalda baja cua
 La teoría dice que debo permitirme sentir mis emociones. Dejarlas transitar, que me desordenen la vida que tanto me ha costado poner en orden y esperar hasta que la siguiente ola rompa en la orilla. Y siento miedo, pero ¿Cómo no sentirlo? si cada día se siente como nacer y morir de nuevo, al mismo tiempo, en un único y mísero instante.  Así que hay días en que siento y siento mucho. Se me agolpan los sentimientos en la esquina de los ojos y como quien se los estruja buscando una pestaña, me sacudo las lágrimas que quieren ser torrente pero terminan siendo nada. No siento. Simple. Problema resuelto. Limpiaré la cocina las veces que sean necesarias, repetiré en mi noruego rudimentario   Også dette går over , como si aprender otro idioma fuese solo una excusa para repetirme el  todo pasa. Pretenderé que el tiempo es corto y los quehaceres demasiado largos, como una excusa para no pensar. Otros días, sin embargo, soy solo una nube que llora y se deshace en un ciclo que nunca acaba. Me tra
Me deshice tantas veces para encajar en una maceta cuadrada, como un bonsai. Yo, la persona que nunca quiso ser árbol, se convirtió no solo en árbol sino también en el más pequeño del mundo. Y es que hasta mi forma de sentir, tuve que monitorearla. Quizas porque las lágrimas que un día te hicieron sentir parte de mi mundo, hoy te agobiaban. Así que me callé y seguí. Me deshice otra vez antes de dormir, con la esperanza de amanecer más tuya, cuando en realidad simplemente me perdía a mi. Quise retenerte como una niña que atrapa una luciernaga y quiere conservar su luz en un frasquito de compota, como si el abrazarte más fuerte podía compensar lo que tú ya estabas dejando partir. Entonces llega la tormenta, porque no puedo ser solo silencio y la Betania que se escondía para no incomodar entra de un portazo y habla. Dice que no puede continuar de esta manera. Quiere sentirse escuchada, quiere que quieras estar con ella, sostenerla en tus brazos, decirle que la amas como tantas otras veces
No importa cuantas veces me diga a mi misma que no quiero volver a escribir tonterias, siempre termino volviendo al papel y a este blog que ha servido de catarsis para las multiples Betanias que han llenado estas letras desde hace casi trece años. Y es que siempre tuve la idea de escribirme, contarme a mi misma lo que sea que pasara por mi cabeza, como una especie de recordatorio para cualquiera fuese la versión de mi que lo leyese en el futuro y necesitara entender que ese tampoco fue el final; y tengo que admitir que lo agradezco.  ... Hoy pasé el día hurgando entre entradas, leyendo sobre carruseles (que siguen sin gustarme) y el miedo que me daba convertirme en un árbol, recordando que todas esas veces en que respirar se hacía pesado, fueron solo brechas y nada más. Brechas que tapé como pude y con lo que pude, antes de entender que la responsabilidad afectiva es primero conmigo misma y luego con los demás. Siempre ha habido un lugar en mi cabeza al que voy cuando siento que la rea