Entradas

Mostrando entradas de enero, 2020
Que sencillo era tener tres años, mirar al cielo al amanecer y encontrarse con la luna aún despierta y tener una única certeza: la luna era mía. Así lo creía entonces, cuando no comprendía lo que implicaba poseer algo. Con el tiempo, intenté atraparla para mi, cada vez que empezaba a anochecer. Me quedaba fija, en la ventana, esperando capturar el momento exacto en que la noche se abría paso tras el atardecer. Por supuesto, nunca lo logré. Un par de pestañeos más tarde, la noche llegaba y con ella, mi frustración (que en aquél momento no sabía como definir).  Si la luna era mía, ¿Por qué no me dejaba verla llegar? Que quisiera algo, no implicaba que lo tendría. A los coñazos, de a poquito, fui aprendiendo. Han pasado los años y a veces me encuentro a mi misma, intentando encontrar el momento exacto en que oscurece. Sonrió y continúo con lo que sea que esté haciendo: hay momentos tan arraigados en nosotros, que a veces reaparecen y no queda más que recordar. Ya no pienso qu
Disculpar, para mi, nunca fue un problema. Véase como virtud o como defecto, pero así funcionaba siempre conmigo: el tiempo -corto, cortísimo- barría todo recuerdo de cualquier posible ofensa y quedaba yo, transparente, con la única certeza de haber olvidado. Pero jamás he aprendido a disculparme a mi misma.  Al menos hoy soy capaz de identificarlo, enunciarlo y buscar en mi memoria algún indicio de excepción, pero no lo he encontrado. Incluso en mis recuerdos más antiguos, me encuentro culpándome a mi misma por haber golpeado una piñata que no quería romper, por haber perdido un color que presté a alguna mano distraída. Por sentir.  Me he disculpado por todo, tanto que a veces no lograba reconocerme fuera de esta sensación. Terminé pidiendo disculpas por ser yo, Betania, la que sentía demasiado , la que moría de miedo pero se negaba a admitirlo y ocultaba cualquier posible matiz de inseguridad detrás de una risa nerviosa.  Me sigue pasando, claro. No crean que todas es