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Hay puñales, mullidos, cual cojines. risas cegadas, tragos que terminan en derrames cósmicos de nada, basura estomacal, desdicha, cabeza baja. Luego te dan -y das- todo. Integridad, corazonadas, poemas sobre almohadas compartidas en camas de Propatria, conversaciones de media jornada, distancias eternas por panes efímeros, pesos ideales, almuerzos subsidiados, condones baratos, mar de plata, caminatas monumentales en ciudades peligro. Me perdí buscándote, amándote a tiempo completo. Te perdiste tú, reina de los dioses, entre temores de a contado. Hija de Saturno, "tú que consuelas y no existes", ay Pessoa, que mal me siento. Sin tabaco, ni ira, siempre aquí, hasta que vuelvas.
La manija del gabinete se clava en mi espalda, choco contra ti.  Te busco, a tientas,  a gatas,  incluso después  con las manos en alto.  escribo obituarios sobre mentiras me hago polvo, eco sin destino, cama de tu cama,  sexo de tu sexo. Quiero tocarte,  alcanzar tu rostro.                                              - No, me privo- Me privo de ti, de nuestros vicios, la manera en que sonríes                                                  -con sopor- mientras finges no mirarme. Y llueve. No afuera, sino en mi.                                                  -en nosotros-. mientras como de las sobras,   aquellas que dejaste sobre mi vientre adolorido.                                                     ... Respiro, ya no hay moscas. No hay miedo de partir no hay miedo de perder,                                                  -ya te he perdido-.
Así deben sentirse los pequeños peces dorados, chocando a diario con los cristales vacíos de su triste pecera. Quizá peco de soberbia, supuesta conocedora absoluta de la realidad de sus aletas. Pero sé, simplemente sé, que si aquél vacío atrapado en un vaso no es la máxima demostración de dolor y locura, entonces jamás fui aquél pez ni bebí de tus escamas.
hay camas infinitas con silencios sucesorios recitando poesía                           recordando vidas ajenas suspirando por playas ennegrecidas puertos,  habitaciones reducidas, ballets, sirenas. Después, hay solo tragos en una jarra que ha mirado muchas vidas mientras se retuerce en sus entrañas el blanco licor, la hierbabuena, los cristales incandescentes                                              el arte tras las rejas verdes,                                      las tortas infames                                el baño como salida amando estar allí, robando un segundo a un padre que no me pertenece a la amiga que extrañaba, a él, de mejillas maravillosas y ella, claro, la poetisa de los versos escondidos en una nota con límite de caracteres.

Respecto a la protesta y sus medios

Solo para tratar de explicar mejor mi punto: ¿Cuántos de nosotros nos hemos encontrado a la salida de alguna estación de metro con una persona entregando algún tipo de folleto, promoción impresa o similar? ¿Cuántos de nosotros digerimos verdaderamente la información que en ella se plantea? ahora imaginen que esa información no llega a sus manos, sino que literalmente, "cae del cielo". Vivimos en un país donde los costos son sumamente elevados. No existe un "barato" que valga, no quiero mentirnos, entonces ¿De donde salió el dinero para imprimir tantos panfletos? ¿Por qué arrojarlos, sin considerar la entrega directa junto a la información de primera mano, de boca en boca? ¿Por qué está mal hacer una crítica a un proceso que no está funcionando? ¿Por qué nos quejamos de la desinformación general en la que está sumida el país, cuando dentro de nuestras pequeñas fronteras hacemos lo mismo? Vivimos en un bloqueo selectivo impuesto. Siempre escuchamos que hacer p

Calle el Brasil.

Jamás intenté verla desde el mirador del Cristo Rey. Allá, en pequeñas calles, se erigían casas pequeñitas con sus patios y gallinas, tunas, el  cristofué, café recién colao', pescado frito en el desayuno. Ella estaba allí, en alguna de esas calles. No entré más que un par de veces en aquél sueño compartido, sin embargo sentí lo que él sentía cuando me hablaba. -Aquí echaremos el piso, hay que ponerle cerámica a la cocina y en el patio se puede sembrar - decía, como hablando con cualquier persona, menos conmigo; ensimismado en sus visiones, las múltiples posibilidades que aquella pequeña casa nos ofrecía. Recuerdo haber caminado hacia el patio rudimentario, donde la maleza se retorcía junto al polvo en una lucha indefinida. ¿Qué veía él, en aquél pequeño paraíso del desastre? ...Si la cerámica fue puesta en la cocina, solo lo supo por terceros. Sus manos no recorrieron nuevamente aquellas paredes recién frisadas. Supe, tiempo después, que aquella famosa pelea de mi infanc
Fue un sueño, si. Las cebras eran peces sin escamas. El rumor del cielo era más el ronroneo de un tigre dormido,que el supuesto coro de ángeles. Morí, es evidente. La carne no se aferra a mis huesos, ahora frágiles e hirsutos por el tiempo . Llené la caja, guardé las cebras, disfruté de su cuerpo por última vez y creí seguir al naranja opalino que vestía al tigre de las grandes rayas negras. Fue un sueño, si; pero ya no le temo a la muerte.

Me quedé.

Recuerdo que de tu boca lo tuve todo. Los gritos del escondite, los saludos nerviosos, los buenos días a mi lado. Las más cobardes mentiras. Tener tus besos fue fácil, no entran en el conteo.Lo difícil fue mirarte y no pedir que recitaras todos los versos que no sabías y que yo moría por escuchar. Lo difícil fue quedarme cuando comprendí que jamás te gustaría leer a Dostoyevski y que crimen y castigo no sería más que uno de los tantos títulos que olvidarías. Y me quedé. ...Me quedé porque nunca te importó que escribiera estupideces viscerales, canciones plagiadas, poemas sin forma. Absurdos intentos de entregarte todas las formas de sentirnos. Han pasado los segundos críticos -incontables- tras tus despedidas. Los dejé correr con la única condición de no dejar rastro para tratar de volver a casa. Te vi marchar en el metro, los buses, aquél aeropuerto. Te he despedido incluso cuando estás callado a mi lado y ni siquiera lo imaginas. Solo así, aprendí a quedarme: diciéndote adió
Malditas moscas anidan en mi carne sus ritos pasajeros construyen sus aceras sin perdón escalones de amnistía me hincho. Te lloro.                                                             pausa definitiva. trafico gusanos sin piel. callejones sin salida                                                            principalmente temores.                                              ... muero de nuevo, en otra frontera.

Carga puntual

Robaste de aquél jueves mis últimas horas de infancia Quitaste unodostrescuatrocinco vendas de mi pecho Asfaltaste los vacíos, subastaste las mentiras que dejaron como muros las horas que vivimos Me duele, ahora, la nostalgia de tenerte de saberte cerca de probar tus miedos sin sabor a adrenalina Te hallo estático, carga puntual, y desespero. Quiero orbitar en el sistema, no ser un centro sin sentido, que espera, sin pensarlo, que los demás  astros le acaricien.
La sátira, -aunque un tanto cliché citarlo- según el DRAE en una de sus acepciones, es un "discurso o dicho agudo, picante, y mordaz cuyo objeto es censurar acremente o poner en ridículo a alguien o algo", con el fin de lograr un cambio, un punto de quiebre, una «mejora social». Existe una gran diferencia entre la burla y el mero chiste; la utilización de la ironía y una posible ofensa. El que satiriza, critica por medio del humor, más no por esto deja de tener un sentido claro, un objetivo directo. Darse un paseo por clásicos de la literatura con el fin de conocer un poco más del género, no está de más. Desde Voltaire hasta Bierce, destacando incluso las controvertidas páginas del "Decamerón"; "El elogio a la necedad" es también un buen partido.  L a sátira ha sido tan parte del arte como de la política. Imaginen por un segundo que la política se mueve por completo en un terreno de sofistas-véase postura de Sócrates-: la verdad no estaría dicha, la re

Vicios etéreos.

Tu piel suele extraviarse en los pliegues de su sábana. Sonríes y te retuerces en un mismo movimiento, dándole una vez más gracias al cielo por tenerla allí, siendo carne -no sé si de la tuya- y alma en un solo beso ahogado. Yo sé que estás allí, ofreciéndote el placer que el tiempo junto a mi solía negarte. Te haces infinito y abstracto, otro reloj de Dalí. Te conviertes en nicotina barata y vas deslizándote entre senos y muslos sin tiempo, pulsando todas las teclas de un cuerpo sin vida. Vicios etéreos, claro, mientras yo disfrutaba de tu prisa y aquellas caricias discretas que dejabas escapar en los minutos que no le pertenecían a nadie. Nunca tuve uno solo de tus besos a mi tiempo, me acostumbré a tus compases y sin sabores. Me gustaba, incluso, la manera en que dejabas de mirarme cuando, luego de tanto silencio, quería tan solo gritarte, decirte que estaba allí, que seguía viva, queriendo creer que aquél escalofrío que recorría mi espina dorsal cada vez que me tocabas era mío

Claudia

Claudia solía detenerse en cada cuadra. Cruzaba la avenida como quien cruza un río innavegable bajo una tormenta: siempre con miedo, siempre con prisa. Recuperaba el aliento solo al alcanzar la otra acera y se creía, brevemente, salvada por los dioses de aquella corriente de concreto y asfalto carcomido. Recorría las calles todos los días. levantaba sus frágiles manos de muñeca de antaño,-sus dedos largos de violinista, de artista incompleta-  hacia las ventanas de los carros que esquivaba apenas cambiaba la luz. Nadie la llamaba por su nombre. Nadie, siquiera, la llamaba; un par de cornetazos e improperios se convirtieron en su identidad. Sentía el chirriar de las ruedas como una señal para apartarse, la única llamada que le invitaba a ser algo más que otra parte de la vía. Nunca supo si se llamaba claudia, mucho menos plasmar siete grafemas. La llamé tantas veces como pude, cada vez que me detenía en el semáforo. Para mi, no podía llamarse de otra manera, aunque no formase pa
Conté, sobre mi pecho, cada uno de tus cabellos; uno, dos, infinitas hebras húmedas, mientras recapitulaba las últimas doce horas de aquél día. No supe si quererte era tenerte como un objeto inerte entre mis brazos o si, por el contrario, se trataba más de ser yo la que permaneciese en el silencio, sujeta a tu cuello sin poder siquiera moverme desde la tierra. Sin gritos, ahora parte de un cosmo que desconocía, sin poder disfrutar de la dicha que sienten todos -según dicen- cuando alcanzan el placer en diez respiraciones. Incapaz de conseguirlo, esperé; sintiéndome incapaz, absorta y emocionada, como una pequeña niña que prueba lo que todos quieren que pruebe, aunque sin saber si le va a gustar, tal y como los tres intentos anteriores. Y no sé si esto sea querer o arrancar miserias de otro cuerpo, pero cada segundo que te siento latir sobre mi pecho, sé que si no es querer, es una manía que no se ha curado con el tiempo.