A pesar de seguir esperando, me cansé y cerré la libreta. Crucé las páginas sin tomarle importancia a los sentimientos y seguí, sin dar una última vista. Sin llorar, sin mentirme, sin sufrir.
Jamás pensé que sonreír, cargando las derrotas, sería tan satisfactorio.
Paso las canciones, dejo las cartas, recojo las fotos y limpio el piso de memorias, de batallas perdidas. ¿Acaso importa? No lo sé, pero la satisfacción es casi tan grande como la calma que produce deshacerse de las cargas, sin borrar las cicatrices.
Recoger los trozos y caminar con dignidad, mostrar las heridas pasadas y sonreír, como si la vida no fuera más que  una utopía.
Y seguir, hasta que el tiempo se detenga para ti y sepas qué, en definitiva, ya no hay nada más que vivir.

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