Hechos del pasado, impresiones de presente.


                                                                                                                                      04/04/2014.

Encuentro sencillo abrir un diccionario o buscar en la red el significado de tantas palabras desconocidas para nosotros. Con solo observar un par de líneas, recurrir a ciertos textos y mantener intacta la convicción de estar “en el lado correcto de la historia”, nos creemos eruditos del tema, defensores inamovibles de una causa inespecífica, revolucionarios –a veces- sin revolución.
Ese, en el mejor de los casos, es un error común que, en esta era de la tecnología y el análisis de casi todo lo que nos rodea, cometemos a diario.
Peor es el caso cuando no existe ese ansia de conocimiento breve, inmediato; y la conciencia se ve reducida a un mínimo receptor de consignas, panfletos, “información” repetitiva, cero crítica y programas de alto contenido adoctrinante. Es en este caso –por ejemplo- donde se vuelve “presunto” solo lo que nos dictan en el discurso, mas lo que no, es un asunto verídico. Donde se afirma que el pasado reciente es la cuna de todos los males, pero se es incapaz de mostrar también los errores del presente sistema que otros –no una “mitad minoritaria”, como les llaman- tanto critican.  No se muestran los sucesos de manera informativa, pues suelen esconderse –no sé si por temor o simple táctica- a la vista del pópulo.

Plantee esto puesto que hoy, en la Universidad Simón Bolívar se llevaron a cabo distintas actividades informativas, académicas. Un conversatorio sobre el concepto de revolución, abrió mi mañana. Las bases, diferencias de concepto y una especie de linea histórica aderezada por las grandes revoluciones que buscaban alterar el presente en que se desenvolvían, fueron parte de la charla que el profesor Martínez Meucci llevó al módulo C del conjunto de auditorios de mi Alma máter.
Un rato después, en el mismo lugar, el MERUSB (Movimiento Estudiantil Revolucionario de la Universidad Simón Bolívar) llevaría a cabo un cine foro con motivo de la conmemoración de los 25 años del asesinato de Gonzalo Jaurena Abasolo, estudiante uesebista.

Me quedé en el foro, pues la figura idealizada de Gonzalo ronda mi mente cada vez que atravieso el edificio de MEM, lugar donde se encuentra la sala del movimiento al que pertenecía. Me atrevo a pensar que le he tomado cariño, por absurdo que pueda leerse.
Luego de unas breves palabras introductorias, comenzó a ser reproducido el documental “pégale candela” de la cineasta Alejandra Szeplaki.

La época de los ’80, la “generación boba”, las banalidades del momento, represión en la entrada de las tres gracias y los jueves culturales, son parte de la realidad que se muestra en el film (al final del texto, les dejo el link del documental).
De todas las imágenes vistas, la represión hacia los estudiantes, me dejó un nudo gigante en la consciencia. Mientras un efectivo policial declaraba a los medios que la marcha “no pasaría”, los dirigentes estudiantiles afirmaban que aquella era una marcha pacífica. Unos minutos más tarde en el documental, una imagen de la época me hizo sentirme inmersa en un Déjà vu: estudiantes son enfocados con cartuchos de armas sobre sus palmas desnudas mientras una interrogante, aún vigente, se escapaba de sus labios.


¿Esta es la paz que quiere el gobierno?

Me limito a sacar conclusiones. Hoy, me encuentro intrigada. Las personas entrevistadas en el documental –los reprimidos- y los que ahora proyectan la película en el módulo, repudian a viva voz las injusticias del pasado, pero callan ante las de ahora. ¿Será que estoy loca? –me dije. ¿Será que ellos no están viendo lo que yo estoy observando? Las similitudes, el ciclo, la historia.
Me siento a escucharlos, busco empatía.  La 4ta fue represiva, asiento. Pero, no puedo negar la realidad, las bombas son tangibles, he respirado ese gas. He llorado 35 y miles de muertes más, como lloré la de Gonzalo. He visto las injusticias, las buenas gestiones. He pateado el barrio, la calle, también el centro comercial. El hambre y el despilfarro, las letanías. Mis líneas han rondado sus motivos, sus carencias, las lisonjas.  Por más que trato, no encuentro la crítica, pero si un par de adulaciones. ¿Por qué callar? ¿Así es que nos quiere el poder? ¿Arrodillados ante una única verdad? Creo que, desde que puedo recordar, mis pensamientos han sido más de izquierda que de otras latitudes, apelando a la moral…Me cuesta creer que personas que defendían la libertad, ahora repriman a los que piensan contrario a ellos, a los que ahora piensan como ellos solían pensar.

                           ¿Qué pasó? ¿Hipotecaron sus ideales por una estabilidad ficticia?

Los que iban de capucha reclamando derechos, ahora llaman fascista a quienes “copiaron” el ejemplo de luchar. Ambos, tras las décadas, terminaron recurriendo a una violencia amarga, una que quema y aparece como el único método para hacerse oír, cuando quienes deberían, no quieren escuchar. De aquellos que clamaban justicia, solo quedan las vejaciones a las voces que ahora piden ser escuchadas.  No nos dejan caminar. El “de aquí no pasan” sigue siendo el mismo que, hace años, los llenaba de ira.

Ese berrinche es de ricos, manitos blancas- dicen aquellos que, en su momento, también fueron etiquetados: los tira piedras. Y es que me pregunto ¿Para qué tantos estereotipos? Con ganas de  contarles que el uruguayo, clase media –hago énfasis-, murió defendiendo sus ideales en propatria, parroquia Sucre, lejana de su hogar en aquél cafetal de hace dos décadas.

Politizar su lucha, beatificarlo sin también resaltar sus métodos, es absurdo. Decir en un foro que Gonzalo jamás fue violento, es mentirle a su memoria.  Fue –y estoy segura que sigue siendo- un alma libre, responsable de sus actos en momentos radicales. Vetarlo es manipular su historia, su verdadera revolución –aunque un poco contraria al concepto de Hannah Arendt-, aquella en la que creía que el fin justificaría sus medios.

Ahora, ser crítico de un sistema, sigue siendo un “acto terrorista”, “desestabilizador”, de “tira piedras”, un “golpe suave”.

Y es que, definitivamente, es sencillo buscar un término, variar su definición o tomar la que por defecto se ajuste al fin que desees de manera errónea –quizás tergiversada- y hacerla tuya. Lo mismo ocurre con la historia.
Transmitir la “nueva verdad”, la recién creada, es mucho más simple: el espacio para la crítica, tan reducido, no deja brecha para las interrogantes. Se queda fascista, aquél que ha sido marcado por la etiqueta. Probablemente terminará por aceptarla o adoptando el término, tal y como ha sucedido con tantos otros. La patria se ha vaciado de su concepto habitual, su sentido. 
Se olvida lo necesario, se recuerda lo conveniente y posicionamos al oprimido como “presunto”, porque es de otro bando. Un bando sin derechos.
Lo más triste es que, como todo, el error viene de parte y parte.

                                                                               ...
Dejando atrás lo que pensé sería una breve introducción, me quedo en mi coraza. Tengo la esperanza –o la incurable estupidez- de creer que hay alguien allí, en algún lugar, viendo el mismo ciclo histórico desde la época de los grandes caudillos, la explotación petrolera, la era rentista; que aún existen personas capaces de ver la injusticia sin filtros ideológicos, simples cadenas: la comedia del horror, la repetitiva.

Por eso le escribí, porque quería escucharlo y que me escuchara.


Hace tanto que te vi
Y tus ojos,
Ni un segundo,
Se posaron en mi suelo.
Te hiciste eco del susurro,
Solapándote a mi pecho,
Mis manos desnudas y,
Todo el calor,
El dolor y no más,
El sufrimiento de tantos,
Me hicieron acompañarte.

Fuiste frente de lo injusto,
Lo superfluo,
De las lágrimas que llora la madre,
De los niños que a diario patean las calles
Y nuestros compañeros,
Ahora muertos.

Tu bandera era de ideas,
En ocasiones,
Pisoteadas con desprecio.
Un sistema corrupto,
Insolente,
Que tras 25 años,
Ahora ya transfigurado,
Sigue siendo vigente.

Poco me importa ya
Si la derecha es de corruptos
Y la izquierda siempre miente,
Pues estudiante es estudiante
Y es de inhumanos
Justificar la muerte.

Te hiciste viento,
Vida,
Batalla.
Te hiciste grande, Gonzalo.
No por mártir, ni por héroe.

Ojalá pudiera ahora
Detener aquellos segundos.
La patrulla, tu insensatez,
Ráfagas de balas,
Ira del pueblo que siente.
Tus latidos, resguardarlos.
Tu sonrisa, permanente.

Estaría ahora justo a tu lado,
Luchando por lo que moriste:
Una patria digna,
Sin hambre.
Instituciones limpias,
Vidas plenas.
Mientras que sigo soñando,
Te persigo tras tu suerte.

De tener la capacidad,
Tu placa que reza:
algunos cantan victoria
 porque el pueblo paga vidas
 pero esas muertes queridas
 van escribiendo la historia”*
no tendría que repetirse jamás,
como epitafio.
No muertes, no así.

Y logramos mucho, Gonzalo. Pero ahora quienes “recuperaron” el poder, impulsándose en las carencias que tu intentaste saldar, se han perpetuado en la miseria del que puede.
Si tan solo se ocuparan no solo de la silla,
Sino del que a gritos pide
No sería la sangre
De familias
La que corre por las calles.


“Cuando se es revolucionario se derriba el poder de los que con el poder del engaño se mantienen”**, leí.
Y yo no quiero derribarlo sin más. Primero, habría que entender por qué ese poder es capaz de perpetrar en aquellos “engañados”. Unir al que de rojo se viste el alma y al que, de blanco, se tiñe.
Al que camina,
Al que hace cola,
Al que no puede seguir soñando.
Al que cayó, como caíste, en los brazos de la muerte.


                                                                                                   A la memoria de Gonzalo Jaurena A.

Documental "Pégale Candela" aquí.

*Puedes leer "Vamos juntos" - Mario Benedetti. aquí.

**Cuando se es revolucionario(a) - José A. Rangel A. Texto publicado en la publicación del MERUSB. Año 2, n°06, Marzo-Abril 2009.





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