Carrusel


Me dreno hasta el cansancio y amanezco sobre retazos de la noche previa. Reúno los pedacitos y me voy construyendo como si pudiese ser posible pegarse con anécdotas y sonrisas ajenas; como si el acto de romperse no fuese, en sí mismo, un carrusel –a medio andar- personalizado. Cada caballito un mundo, y cuidado si no un universo.

Pero nunca me gustaron los carruseles.

Me asustaba ir girando y girando, sobre el pony de turno, casi estática. Yo no me movía, pero el mundo si ¿Por qué todo debía continuar girando? ¿Era, acaso, una premonición? Epifanía cualquiera en la mente de una niña de cuatro años. No. Definitivamente no me gustaban los carruseles. Prefería las montañas rusas, aunque paralizaran mi sien y solo me permitiese gritar sin control, fuera de mis cabales. Al menos no era una fantasía de movimiento, un circuito sin sentido de caballitos que no van a ninguna parte, de mundos estáticos, con un montón de niños fingiendo ser satélites.
No sé qué hago aquí. Hace meses que no era capaz de formular dos palabras seguidas sin rendirme en el intento. Dos semanas intentando analizar un cuento de Cortázar para cumplir con una asignación y mi incapacidad me llevó a entregar el que probablemente es y será el proyecto más mediocre en la historia de mi carrera –fuera de tiempo, dicho sea de paso- y hoy estoy aquí, con una suerte de resignación absurda, como si llenar el papel fuese más una práctica de cordura y no otro intento de permanecer encerrada en –mi- un manicomio.

Volviendo al punto: seguirán existiendo carruseles. No me quedará de otra que suscribirme a la idea de continuar girando hasta que, con suerte, se dañe el motor de aquél infortunio. Compraré mi ficha, el ticket de turno. Comeré algodón de azúcar hasta rabiar y haré mi fila. Fingiré emoción y esperaré paciente hasta alcanzar el primer puesto. Si es un buen día, podré escoger sobre que pony sentarme. Ni hablemos de los malos. Imagino el color de su crin, su lustrosa silla de montar, sus ojos desdibujándose con pintura de aceite barata y siento asco. No he comenzado a girar y quiero vomitar. Quiero que me bajen ¿Acaso es tan difícil de entender? Sigue dando vueltas, una, dos, tres veces y una cuarta si el operador quiere dárselas de bueno. Los veo sonreír, gozar en cada subida y bajada del caballito, aferrándose a una silla con la premisa de que tienen el control. Vaya chiste. La locura no tiene límite, pienso. Ya solo queda una vuelta y me siguen quedando fichas que gastar, así que tomaré mis piezas y me armaré de nuevo, hasta lograr que se detenga y pueda, una vez más, hacer la fila.

Comentarios

  1. Me gusto. Me hizo pensar que la vida es un carrusel todo se vuelve u a rutina cuando nos damos cuenta que en nuestro buscar felicidad nos damos cuenta que en donde la conseguimos dura un ratico. La he buscado en los afectos, en el dinero, en los estudios ,en la familia ,en el matrimonio, en los hijos y en todo es una vuelta de ese carrusel dura muy poco. Me pregunto será que existe la felicidad eterna y donde he escuchado eso es en la iglesia y en una palabra de una eucaristía y creo que allí se detuvo el carrusel y me hizo bajarme y botar los tickes que me quedaban. Fue cuando me vi en la necesidad de ir a la iglesia buscando consuelo tras la muerte de mi esposa con quien estuve casado por 29 años.

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  2. En el último giro del carrusel parece que decidiste no subir de nuevo en él. Quizás encontraste aquello que te hizo sentir esa nostalgia de estar allí.
    Muchas veces volvemos a sitios donde hemos estado antes solo para saber aquello que sentimos desde el principio, quizás necesitemos encontrar algo en particular de ese momento.
    Cuando nos damos cuenta el tiempo ya ha transcurrido y la relación pasado-presente-futuro dura lo que nosotros establezcamos como nuestros intervalos de tiempo, aunque volvamos a ese carrusel, pero puede que hasta la pintura de esos ponys haya cambiado.
    La mayoría de las veces solemos pensar que las cosas nos harán daño, como en este caso, volver a ese sitio, pero esto lo marca la estadística, el complemento de recibir daño es todo lo opuesto a ello, es decir, quizás hay cosas positivas que podamos sacar de allí.
    No sé si aún transitas por estos ilustres rincones, pero aunque no pueda verte espero seguir leyéndote entre líneas. Estaré aquí sentado con un buen café en mano, esperando.
    No importan las veces que te lo deban decir hasta que tu yo interno siempre lo acepte, eres una persona única y brillante.

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