Que sencillo era tener tres años, mirar al cielo al amanecer y encontrarse con la luna aún despierta y tener una única certeza: la luna era mía. Así lo creía entonces, cuando no comprendía lo que implicaba poseer algo.

Con el tiempo, intenté atraparla para mi, cada vez que empezaba a anochecer. Me quedaba fija, en la ventana, esperando capturar el momento exacto en que la noche se abría paso tras el atardecer. Por supuesto, nunca lo logré. Un par de pestañeos más tarde, la noche llegaba y con ella, mi frustración (que en aquél momento no sabía como definir). 
Si la luna era mía, ¿Por qué no me dejaba verla llegar?
Que quisiera algo, no implicaba que lo tendría. A los coñazos, de a poquito, fui aprendiendo.

Han pasado los años y a veces me encuentro a mi misma, intentando encontrar el momento exacto en que oscurece. Sonrió y continúo con lo que sea que esté haciendo: hay momentos tan arraigados en nosotros, que a veces reaparecen y no queda más que recordar. Ya no pienso que la luna sea mía y ni siquiera me detengo a admirarla como debería. La siento ahora como una lejana amiga con la que hace mucho que no hablo, pero me llena de tranquilidad saberla bien.

Hoy persigo otras cosas, me digo, aunque en ocasiones ni siquiera sé como empezar a buscarlas. Pero están allí y puedo sentirlo. No me siento a observarlas, porque -a los coñazos, como ya expliqué- he aprendido que si no salgo a sostenerlas con mis manos, puedo perderlas en un solo pestañeo.

Lo mismo pasa con la gente.
...

No quiero preguntarme qué pasará mañana, si estarán quienes están hoy o si la luna seguirá brillando. Intentaré preguntarme que está pasando hoy, en este momento, mientras dreno un poquito la presión que siempre vive en mi cabeza. Me paseo por escenarios, posibilidades y oportunidades que jamás imaginé ver tan de cerca, como si la Betania de veintitres pudiese soñar en grande, como lo hacía la de tres. Y no sé si sea para mi, pero cada segundo que me clavo a diario en el presente, lo siento mío. Me siento mía.

Esta vez, cuando llegue la noche, no me quedaré observando. Dejaré que me abrace y se lleve consigo la ansiedad de la mañana.

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