Disculpar, para mi, nunca fue un problema. Véase como virtud o como defecto, pero así funcionaba siempre conmigo: el tiempo -corto, cortísimo- barría todo recuerdo de cualquier posible ofensa y quedaba yo, transparente, con la única certeza de haber olvidado.

Pero jamás he aprendido a disculparme a mi misma. 

Al menos hoy soy capaz de identificarlo, enunciarlo y buscar en mi memoria algún indicio de excepción, pero no lo he encontrado. Incluso en mis recuerdos más antiguos, me encuentro culpándome a mi misma por haber golpeado una piñata que no quería romper, por haber perdido un color que presté a alguna mano distraída. Por sentir. 

Me he disculpado por todo, tanto que a veces no lograba reconocerme fuera de esta sensación. Terminé pidiendo disculpas por ser yo, Betania, la que sentía demasiado, la que moría de miedo pero se negaba a admitirlo y ocultaba cualquier posible matiz de inseguridad detrás de una risa nerviosa. 

Me sigue pasando, claro. No crean que todas estas letras van en son de retrospectiva. Ahora, al menos, me doy cuenta del problema y trabajo para deconstruirlo y buscar una solución que satisfaga a mi conciencia.

Me niego a iniciar otra conversación con un "perdón, quizás esto te parezca una locura". No. Quizás, en efecto, si sea una locura; pero merezco decirla. Me debo la libertad de descubrirme a través de mis propias palabras. Me debo la posibilidad de equivocarme y olvidar la ofensa hacia mi misma. Me debo todo lo que me he negado siempre sin explicación alguna. 

Y no quiero refugiarme en el lugar común de este cliché, pero necesito traerlo como referencia: quien te va a querer, te va a querer como eres. Quien más que yo, para abrazarme a mi conciencia cada noche y decir "esta noche no". Esta noche no hay insomnio para pensar en el "que hubiese sido si..", en el "metí la pata, porque....". Esta noche no. 

Y así me voy queriendo, como sé que también me han querido, porque me han escuchado sin descanso y han comprendido hasta la cadencia de mis respiraciones. Porque me han acunado en su pecho y han visto a través de mis ojos lo que hay en mi interior y me han permitido percibirlo en los suyos, como si fuese un espejo. 

Me han amado como siempre tuve miedo de amarme y entre tanto miedo absurdo, comprendí lo mucho que valía la pena reencontrarme con mi propia esencia. Y salté a un vacío que era yo misma o mejor dicho, que estaba en mi, y me encontré sentada a la orilla de la misma playa a la que siempre vuelvo en mi memoria. Pero esta vez fue distinto. Esta vez me perdoné. Y lo haré las veces que hagan falta. 

Comentarios

  1. Me siento identificado con lo que dices: "Pero jamás he aprendido a disculparme a mi misma".
    Con el tiempo vamos aceptando poco a poco nuestra personalidad. Somos como tenemos que ser, pero vivimos en una sociedad en la que, para cualquier cosa que hagamos, estamos bajo la lupa siempre y es difícil vivir con ello (al menos para las personas que somos tan sensibles).
    Tomar decisiones nunca es fácil, sobre todo cuando intentamos pensar en las repercusiones y si realmente, nos gusta la misma, nuestra decisión. Creo que es un dilema con el que tenemos que vivir, con el constante "¿qué debo hacer?", pero sin duda, hacer y no hacer, aunque nos mostremos pasivos ante una situación siempre abrirá una puerta a algo, nos guste o no.
    No cambies por una situación, no cambies por otra persona, solo cambia si tú misma crees que debes hacerlo.Tienes una esencia única que ama los pequeños detalles, te muestras natural y sensible ante todas las emociones y, sin duda, brillas en un entorno donde todos son iguales.
    Quiérete mucho porque eres una persona especial.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog