¿Qué pasa con todas esas emociones que no alcanzamos a nombrar en un idioma que no es el nuestro? Esas que aparecen de improvisto, nos revuelven la cabeza y no logramos identificar de inmediato. 

Al menos para mí, esta es una de las tareas más complicadas: tomarme par de minutos para perseguirlas e intentar atraparlas, procesarlas, entenderlas. Darles un nombre.

Por eso no me gusta precipitarme para hablar. Necesito tomarme mi tiempo, masticar mis ideas despacito, buscar las palabras que me sobran en español y escasean en inglés, procesando la pena de traducir sentimientos, sabiendo que en esta área la precisión es vital y eso es precisamente lo que me falta.

...

El español es sencillo, porque si bien abre el camino para ambigüedades, también cierra muchas dudas en materia de sentimientos: me gustas. Me encantas. Te quiero. Te amo. Te adoro. Tan amplio y tan preciso, descriptivo, algunas veces fugaz y otras tantas eterno. 
Cuando creces hablándolo, nombrar esas emociones que llegan sin preguntar, no parece ser tan complicado. Sea amor, calma o preocupación. Disgusto, decepción, alegría. La palabra se queda y anida en mi pecho. Me entiende y yo la entiendo a ella. Me ayuda a expresarme, cuando todo lo demás cuesta. 

Pero soy todo lo contrario en otro idioma. Me limito, porque desconozco. El "me encantas" que se escapa de mis labios torpes, con un toque de picardía, encuentra su muerte inminente frente al traductor que lo transforma en un "I'm crazy about you"; pero yo no estoy loca, de verdad que no. Yo solo quería poner en dos palabras la sensación de calma, de encanto, de un "me gusta" que tiene magia, una pequeña chispa; en cambio, todo cuanto siento queda reducido a un cliché que termina apenándome y dejándome en silencio otra vez. 

Tocará, entonces, seguir intentando. 

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