Cada nuevo año escolar, desde primaria, llegaba el incómodo día en el que presentarse era la primera actividad de la mañana.
Uno tras otro se iban presentando, hablando de su deporte favorito, la profesión que escogerían con opciones típicas de la ingenuidad que aún nos gobernaba, la edad que se sostenía en una sola mano. Mientras tanto, me mordía las uñas (mala costumbre que aún conservo desde mis primeros momentos de ansiedad), asimilando internamente el pánico que me producía escucharme y ser escuchada frente a un salón que, aunque conocía de memoria, me cercaba en mi propio y silente mundo de temores.

Recuerdo que siempre decía mi nombre y mi edad, me gusta leer y con suerte me dejaban sentarme. En ocasiones, la maestra de turno prolongaba mi tortura con preguntas específicas que me arrancaban de mi zona de confort. Esto ha debido de crearme un trauma, no hay otra explicación.

Mi capacidad para expresarme de forma oral continúa siendo la de aquella niña de primaria que jamás pudo hacerlo sin titubear, sin sentirse cohibida por las propias paredes en las que se encerraba. Así que, en vez de derrumbar las paredes, construí unas un poco más versátiles: me escondí en una casa de letras. Vengo aquí y escribo un diario que termina por ser mi enclave en el mundo, mi forma de expresarme sin tener que titubear, sin enrojecer, sin mostrar expresiones que terminan delatando lo que verdaderamente estoy sintiendo.




A veces hago el experimento de intentarlo, de arriesgarme y hablar, de decir exactamente lo que estoy sintiendo; pero, dado que el agua tibia es complicada de encontrar, siempre termino en el extremo de lo frío o lo caliente y me arriesgo por completo, sin medias tintas. Como si callarme en ese preciso instante pudiera afectar las órbitas planetarias, el cambio en las mareas, el campo gravitacional terrestre...Y te invito a salir. Me como mis miedo y te cuento que dentro de mi mente todo es un caos, pero que quizás sea bueno compartirlo de a ratos, dejarlo ir y que vuelva si tiene que volver o que se quede viviendo fuera de las cuatro paredes que lo limitan a un folio en blanco, pero no; siempre fracaso y termino en la hoja o ella termina conmigo y yo me quedo siendo otro de los pensamientos de la niña que en primaria no podía hilvanar una oración.

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