A ti, que me regalaste todo

Me encontré en tus calles antes del amanecer, con el sol apenas acariciando el borde de tus cimas, como abrazándolas con un buenos días en los labios. Si, definitivamente eran buenos.

Me escapaba de sus brazos para entrar en los tuyos. Me recibiste en incontables ocasiones, siempre con la disposición de una madre, arrullándome con el leve eco de los pájaros que se atreven a adentrarse en ti, en tus otros tantos ecos no tan amigables. Así me viste crecer y yo te vi quedar más y más pequeña ¿Sabes? Como esa sensación de la infancia, donde todo es más grande, mucho más magnífico de lo que realmente es…Y un día creces de golpe y resulta que aquella selva no era mucho más que un patio con un par de árboles chiquititos que ofrecía sombra al león que resultó ser tan solo un gato. Así me pasó contigo: te hiciste pequeña, pero jamás perdiste tu magia.


Mamá me ha pedido que no me junte tanto contigo. Me dice, entre conversaciones aleatorias, que es peligroso aferrarse a ti; tranquila, mamá. Le contesto. Peor es vivir con miedo ¿No? Y por ti vale la pena arriesgarse, porque conocerte es encontrarme en ti, recordar los tantos días que subí al Ávila tomada de la mano de papá, las mañanas de domingo en bicicleta a mil metros sobre el nivel del mar, los besos robados en tus plazas, los poemas que traía el viento detrás del teatro, amaneciendo en ti, en tus calles de adoquines sueltos y cargados de agua, del “coño, los volví a pisar” y la risa que sigue de largo y olvida que llevamos los pies llenos de charco y de historias, pero siempre llenos de ti. 

(…)

Hace un tiempo tuve que separarme. Te dejé con la determinación de no olvidarte, de tatuarte con historias en mi mente. Me hiciste falta. No solo eran tus techos rojos, ni la línea 1 que a diario recorría. Era observarte desde un piso 18 y no saber si sentirte imponente o sentirme invencible, así que me limitaba a cerrar los ojos y esperaba a que hicieras tu magia, esa de traer el viento a mi cara justo en el momento preciso. Así nos comunicábamos: tú, sin tener labios. Yo, sin necesidad de usar los míos.


Volví a ti porque me hacía falta la adrenalina de tenerte cerca, de enfrentar mis miedos cuando transitaba por tus calles. Cambiaste, no puedo negarlo. Te vestiste de otros tonos, un poco opaca para mi gusto. Me hace falta verte con ese verde que se ceñía a la silueta de tus laderas. No importa, trataré de encontrar de nuevo a la “tú” de antes. 

Hay días en que termino por hacerle caso a mamá. No es tu culpa, yo trato de explicarle. Tú sigues siendo la ciudad amable que te entrega todo al apenas despertar. No tengo nada que reprocharte, me quedo en ti y espero que parte de mi esté en tus recuerdos, porque es así ¿No? somos los lugares donde hemos estado, o eso dicen. Al menos así lo creo. 

Por ti soy un café frente a la plaza Bolívar, horas meditando en la placita del banco central, el placer de mirar al infinito de las torres del silencio, el sabor de una arepa a primera hora de la mañana luego de una noche bajo tu cielo, las caminatas desde Plaza Venezuela hasta donde los pies aguantaran, observando las expresiones de las personas que te transitan y se llevan consigo la dicha de haber crecido en ti.

Hoy estás cambiada. Te noto asustadiza, escondida entre tus propias memorias. Hace mucho que solo la luna se atreve a recorrerte en las noches. Me encantaría poder cambiarlo, volver a caminarte hasta el cansancio, que perderme en ti sea solo otra forma de encontrarme, de encontrar a otros en una cita improvisada y patrocinada por el metro, de esas casualidades que me regalas todos los días.

A veces hay que recordarte la cantidad de sonrisas que has pintado, la chaperona de aquellos que se dan las manos desde el teleférico y luego los ve quedarse unidos en un abrazo. No destruyes, tú solo creas. 
Lo más probable es que no vayas a creerme. Es normal temer después de haber sufrido el daño y tú, indudablemente, has visto el dolor de cerca. Pero el tiempo sana, Caracas; y a ti, tiempo te sobra.

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