Han pasado 11 semanas desde que la realidad se convirtió nuevamente en mi sistema, el que respiro a diario cada vez que amanece y me veo obligada a abrir los ojos.

Todo es rutina, hasta los "pequeños escapes". Un ciclo de saludos y despedidas, de besos robados entre pisos, vidas alimentadas por nostalgias y la eterna sensación de haber querido todo sobre unas manos que no tenían nada. Mis manos, claro.

Me siento el Quentin de Faulkner, sin la prosa exquisita que narraba sus tormentos, con el peso de unos sueños que no eran los suyos, persiguiendo realidades que no eran su alimento. El sin sentido de la vida misma y sus tretas para ganarse tu confianza y mantenerte entre sus brazos, cuando ella es Saturno y tú no eres más que uno de sus hijos.


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