Me estoy lanzando en la nueva aventura de decir lo que siento, directamente, a otras personas. En el pasado, decidía suprimirlo o dejarlo fluir de cualquier otra forma que no implicara una interacción directa, porque siempre le temí a lo que sucedía después. Nadie es capaz de comprender perfectamente lo que puede pensar o sentir otra persona, pero la empatía debería ser una herramienta para no juzgar, incluso cuando no se sea capaz de entender.

Justifiqué muchísimas malas actitudes de otras personas hacia mi, pero lo más dañino fue justificar mis malas actitudes hacia mi misma. Me convertí en mi peor enemigo. Me culpaba de todo cuanto salía mal y sentía que simplemente todo se debía a mi forma de ser y actuar frente a la vida, sensible, emocional. Todavía me cuesta, pero ahora lo veo claro.

He vivido momentos maravillosos con personas maravillosas, no me mal interpreten. Ha sido un viaje increíble, a pesar de tanto; pero debí haber fijado límites. Debí haber dicho "hasta aquí" cuando sentía el daño. Debí, por un segundo, haber pensado que la vida no es más que una sumatoria y que si la cuenta me estaba dando negativa, algo estaba errado. Debí hablar. Comunicarme. Me gusta esto, pero. Te amo, pero por favor no me hables así. 

La ansiedad que no me abandonaba ni un segundo, el constante insomnio que se refugiaba en todos los pensamientos de ¿Qué hice mal?, las tantas veces que recordaba esa frase repetida una y otra vez de "nadie merece irse a dormir pensando que no fue suficiente" y mi cerebro proyectándola en repeat, una y otra y otra vez, cada madrugada. En realidad, esa suficiencia solo estaba en mi. A veces se me pierde, no voy a mentirles. Y el insomnio vuelve y con él esos recuerdos ensordecedores. Pero ahora los detengo, porque encuentro mi propia voz, una más amable, que se perdona por no haberse escuchado antes.

Al final del día, el amor -propio y hacia otros- no es para vivirlo con miedo. Hoy comprendo que quizás de los recuerdos también surgen murallas o nuevos caminos que recorrer a ojos cerrados. No sé si esta certeza también sea, a su manera, calma. Hoy solo sé que el amor es respeto y que otra cosa que no lo sea, jamás podrá en realidad llamarse amor. Así que me abrazo hasta el cansancio y me refugio en cada nueva posibilidad y espero, de una vez por todas, decirle adiós a estas murallas.


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