La teoría dice que debo permitirme sentir mis emociones. Dejarlas transitar, que me desordenen la vida que tanto me ha costado poner en orden y esperar hasta que la siguiente ola rompa en la orilla.

Y siento miedo, pero ¿Cómo no sentirlo? si cada día se siente como nacer y morir de nuevo, al mismo tiempo, en un único y mísero instante. 

Así que hay días en que siento y siento mucho. Se me agolpan los sentimientos en la esquina de los ojos y como quien se los estruja buscando una pestaña, me sacudo las lágrimas que quieren ser torrente pero terminan siendo nada. No siento. Simple. Problema resuelto. Limpiaré la cocina las veces que sean necesarias, repetiré en mi noruego rudimentario Også dette går over, como si aprender otro idioma fuese solo una excusa para repetirme el todo pasa. Pretenderé que el tiempo es corto y los quehaceres demasiado largos, como una excusa para no pensar.

Otros días, sin embargo, soy solo una nube que llora y se deshace en un ciclo que nunca acaba. Me transformo en solo sentimientos y no hay ni un solo rincón de mi cuerpo que entienda de la palabra objetividad. Pienso en lo mucho que quise y en lo tanto que me han querido de vuelta. En todas las veces en que me he equivocado y me ha tocado volver a la linea de partida, porque no puedo permitirme el parar de intentar. Siento pena por mi y luego arrechera, por haber sentido la primera. Soy un todo y una nada que quiere creer en ella. Sentirse suficiente, o aunque sea simplemente sentirse.

Pero como en todo, no solo existe el blanco y el negro. Hay días como hoy, donde soy un gris que se debate entre ambos extremos y no puedo calmarme. Me vence la ansiedad y escribo estupideces como esta. Un segundo me siento plena, porque aunque hay muchísimo que resolver, siento que me estoy recuperando a mi misma. Al siguiente, la creencia de que nadie me querrá realmente por quien soy, no me abandona. 

Ya será mañana. Por hoy -solo por hoy- me doy por vencida. 

Comentarios

Entradas populares de este blog