Non Je ne regrette rien. (No me arrepiento de nada).


                                                                                        Montmartre, 3 de abril de 2013.

     Apagué el último cigarrillo de una caja de Camel. Me harté de seguir aspirando el humo, en vez del cielo.
Aquí me tienes, apoyada en el balcón de un pequeño apartamento en Montmartre ¿Recuerdas? el único lugar al que le pusiste un límite, un "no, es imposible"; y, sin embargo, hasta aquí llegué.
Quizás, esté observando la misma esquina por donde Picasso algún día pasó. Créeme, puedes venir y dar un paseo por la Rue Veron y, sin tan siquiera pensarlo, estarás escuchando en el viento a Piaf, con su vida en rosa y sin arrepentimientos, como siempre cantó.

Se que muy en el fondo, allá en aquél lugar donde quise hurgar y hacerlo mío, un pequeño rincón lejos del grito ahogado de una despedida; allá, donde no quisiste albergarme como tuya, sin apelativos. Allá, para tí, donde el viento canta y yo suspiro. Allá, en tu corazón, comprendes que este es mi lugar, entre artes y recuerdos, soñando que vuelo con Dalí, entre cuadros y relojes blandos, caminando bajo el cielo de la ville lumière. ¡Sólo imagínate! Parando en la place blanche, esperando un simple ápice de coraje para desvestirme y entrar, en el parís de los 20' a bailar can-can. Debes reirte con solo evocarlo, pero para tu sorpresa, suelo pensarlo cada vez que cruzo por la acera de enfrente.

Han pasado los años. No en vano, tengo unas cuantas arrugas en la frente. Me dicen que son una marca más, luego de tantas vueltas en la vida, subiendo a un carrusel que no escogí, pero vaya que terminé disfrutándolo (Primero a la fuerza, no te miento). Resulta qué, si mal no recuerdas, nunca he sido de aquellas personas metódicas, capaces de establecer un horario y seguirlo sin excepciones. Lo intenté. ¡Claro que lo intenté! Pero a mi la vida me lleva a empujones, a veces hasta a patadas, obligándome a caminar sin detenerme hasta que alcanzo el objetivo, sin tan siquiera conocerlo en ocasiones. Soy así, un simple viento que pasa y no llegas a sentir. ¿Por eso te marchaste? Quien sabe, ahora eres un recuerdo más en una caja a la que le arranqué el fondo, porque las memorias eran cuchillas que no dejaban de agujerearla, haciéndola más infinita, menos palpable; así qué, sin quererlo, algunas se escaparon hasta un nosedonde, pero desde que no están, ya no duelen.

Siempre me gustó París, sin tan siquiera conocerlo. ¿La torre Eiffel? No, ni siquiera la he visitado. No me culpes, estaba muy ocupada persiguiendo a Hemingway desde sus obras. Aquí en Montmartre todo es más suave, más libre, más vivo. A veces, sin exagerar, dan ganas de subirse a un risco y gritarle al viento, solo por el simple placer de hacerlo. No tengo razones para argumentarlo, simplemente nace.

Ya comprendí que de ti, me quedan las historias en la piel. Un lindo mapa sutilmente trazado con una tinta sin marca, pero con tu sello. De montes, valles y ríos, tengo un arsenal. Un motivo plausible y arrollador, por el cual fui capaz de aceptarte a ti, sabiendo que serías incapaz de hacerlo conmigo, con este pequeño trozo de nada. Yo no  estaba; yo solo era.

Son casi las 20 y el sol ya se oculta. Trece horas de luz me bastaron para recordarte, porque a cada paso, una nueva historia; de ti, de lo que fuiste, de lo que eres y quizás serás, puesto que del futuro solo conozco el término.

Me encuentro en una encrucijada. ¿Y si te cuento que estoy feliz? ¿Y si te digo qué, añorarte, ya es una costumbre más que se cura con las ganas de respirar y salir al boulevard, una y otra vez, noche tras noche, libremente? ¿Que amarte no se me ha olvidado? Porque para hacerlo, invocar la amnesia no funciona. ¿Que escribirte ya no es prioridad, sino una postergación de mis impulsos? ¿Y si te digo que tu cara ya no es más que un boceto corroído, casi desvencijado por las malas memorias? Y, sin embargo, sigo aquí, comprendiendo lo que tu no puedes, observándote en sueños, viéndote salir y darle una cara diferente a la vida, como solo tú sabías y sabrás hacerlo, porque no puedo decir que eras menos que una sonrisa. Eras más. Fuiste suficiente, presumido y petulante ¿Y qué?  de adictivo, tenías otro poco.

El partido perfecto, la lucha inevitable...Mi victoria pírrica, querido general.

Es que a mi, ¡Solo a mi! Se me ocurre enamorarme de un militar, cuando en mi corazón, solo vive el arte.

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