Desperté después de las 12. Probablemente han pasado años, al menos tres, desde la última vez que dormí hasta el mediodía.
Me siento borracha de sueño, dopada entre los brazos de Morfeo. Si, Morfeo, el carajo que jode cuando no tiene que joder: me deja en vela tantas noches y luego simplemente no me permite despertar. Siempre el desequilibrio, la ausencia de un punto medio.

Hace mucho no me pasa que despierto y te veo a mi lado, muriendo del calor pero conmigo; quejándote entre sueños de los mosquitos que se alimentan de tu sangre, de la humedad que pega la sábana a tu piel y de mis brazos, cerecita del pastel, que terminan de asfixiarte.
Hoy pude dormir. No hubo madrugada en vela para recordarte, ni imágenes de ti, mucho menos una repetición sucesiva de las tantas veces que tus labios se convertían en mi lienzo.

Solo desperté después de las 12, ya no más para extrañarte. Ahora solo te recuerdo como la bonita casualidad que me pintó y me dejó pintarle.

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