Hoy estás cansada y te das cuenta que no importa si recorres 25 kilómetros en bicicleta o descargas tu energía en el bosque: igual te despertarás en medio de la madrugada. El insomnio llega a ti, como llegan los recuerdos, las preocupaciones, el "¿y ahora qué?" que cambia a diario, que te lleva a mordisquear todos los ositos de gomita que deberían durarte más de una semana. Estás cansada, si; y tienes miedo, claro. Porque todo lo que viene asusta, y asusta mucho. Te balanceas entre el par de minutos en que te sientes chiquita, insuficiente ante las exigencias de un universo que lo quiere todo y lo quiere ahora; y el resto de las horas donde te sientes invencible, porque no tienes otra opción. Estoy orgullosa de ti, porque de alguna forma lo estás logrando y deberías bajar la vara. Cada segundo de ansiedad es un segundo sin calma y cuando se conoce el valor del tiempo, no puede desperdiciarse de esa forma.
La teoría dice que debo permitirme sentir mis emociones. Dejarlas transitar, que me desordenen la vida que tanto me ha costado poner en orden y esperar hasta que la siguiente ola rompa en la orilla. Y siento miedo, pero ¿Cómo no sentirlo? si cada día se siente como nacer y morir de nuevo, al mismo tiempo, en un único y mísero instante. Así que hay días en que siento y siento mucho. Se me agolpan los sentimientos en la esquina de los ojos y como quien se los estruja buscando una pestaña, me sacudo las lágrimas que quieren ser torrente pero terminan siendo nada. No siento. Simple. Problema resuelto. Limpiaré la cocina las veces que sean necesarias, repetiré en mi noruego rudimentario Også dette går over , como si aprender otro idioma fuese solo una excusa para repetirme el todo pasa. Pretenderé que el tiempo es corto y los quehaceres demasiado largos, como una excusa para no pensar. Otros días, sin embargo, soy solo una nube que llora y se deshace en un ciclo que nunca acaba. Me tra
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