Ojalá apagar la mente fuese tan sencillo como chasquear los dedos o llorar cuando no se debe; pero no, a parte de complicado, pareciese ser imposible. Ni durmiendo, se calla. Al contrario: el ruido se hace más fuerte, pero canto bajito para contrarrestarlo. Canto bajito para que los otros no sean capaz de escucharlo y no se vayan corriendo, porque al final del día no importa cuanto intentes dar lo mejor de ti a otros. Todos se van. El ruido es muy fuerte ¿Quién querría quedarse?
Me senté frente a una puerta que hace tres meses no conocía y lloré lo que me faltaba llorar en muchísimos años. Lloré a la niña que fui, a la que pasaba noches sin dormir preguntándose el por qué de tantas cosas. Lloré a esa parte de mi que se preguntaba por qué no era suficiente. Lloré a esa parte de mi que amaba incondicionalmente, que se despojaba de todo con tal y sentir. Sentirlo todo, como una puñalada de realidad. Me ahogué en todas las conversaciones justo antes de dormir y te juro que se me quebró la voz hasta en los recuerdos, como si fuese incapaz de hablar de ellos hasta en mis propias memorias. Me hice río y me ahogué en mi propio caudal, frente a una puerta que ya no es puerta y una Betania que no soy yo, pero que era. Lo era todo y lo di todo, hasta quedarme con las manos vacías de posibilidades y llenas de miedo. Un miedo sordo que se abrazaba a mi cintura mientras intentaba caminar, que me inmovilizaba las piernas en un intento por detenerme, pero no importó: caminé c...
Comentarios
Publicar un comentario