No importa cuantas veces me diga a mi misma que no quiero volver a escribir tonterias, siempre termino volviendo al papel y a este blog que ha servido de catarsis para las multiples Betanias que han llenado estas letras desde hace casi trece años.

Y es que siempre tuve la idea de escribirme, contarme a mi misma lo que sea que pasara por mi cabeza, como una especie de recordatorio para cualquiera fuese la versión de mi que lo leyese en el futuro y necesitara entender que ese tampoco fue el final; y tengo que admitir que lo agradezco. 

...

Hoy pasé el día hurgando entre entradas, leyendo sobre carruseles (que siguen sin gustarme) y el miedo que me daba convertirme en un árbol, recordando que todas esas veces en que respirar se hacía pesado, fueron solo brechas y nada más. Brechas que tapé como pude y con lo que pude, antes de entender que la responsabilidad afectiva es primero conmigo misma y luego con los demás.

Siempre ha habido un lugar en mi cabeza al que voy cuando siento que la realidad está perdiendo sentido. No recuerdo cuando fue la primera vez que lo pensé, pero desde que tengo uso de razón ha sido el mismo: un mar tranquilo, casi inaudible, con olas rompiendo despacio como con miedo de rozar la arena. Silencio. 

Hoy encontré ese lugar en el Fiordo de Oslo. No idéntico, pero tan parecido que por un momento me hizo dudar si estaba aún cerrando los ojos, buscando mi calma. 

Me senté y me dejé llevar. Me escuché como hace mucho me costaba escucharme. Callé todas las otras voces que siempre están pidiendo su turno en mi cabeza y escribí. Me conté a mi misma todo cuanto había pasado en estos ultimos años: mi vida cuatro veces en par de maletas, cuatro paises como hogar y una docena visitados, haber conocido el amor real que cala hasta los huesos y te hace repetirte a diario un "allí es". La felicidad de haber construido el proyecto de vida que tenía como meta mi niña interior. Los años de terapia. El simple hecho de estar viva.

Me dejé llevar y confié en mi. Después de todo, he navegado ese mar en su tranquilidad y su rabia. Y aunque estos últimos días no hayan sido sencillos, sentir que cuento conmigo misma, me llenó de paz. 

Dejaré que las lágrimas corran lo que tengan que correr, me permitiré sentir lo que tenga que sentir, para bien o para mal, y me tendré paciencia. Tocará mirarme en el espejo las veces que sean necesarias y encontrar ese todo pasa en mi costilla derecha como recordatorio, 

porque esto también pasará. 

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