Los domingos siempre me han parecido un dia especial para la nostalgia. Y por supuesto que sé que esta afirmación es de conocimiento general y que no descubrí el agua tibia, pero nunca está de más repetirlo en voz alta: los domingos son, definitivamente, un día especial para la nostalgia.

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Hace par de meses volví a vivir sola. Fue como empezar, otra vez, a reconocerme en el silencio de mi hogar. Empecé por lo básico y lo banal, lo mecánico de la adultez. Entender que la nevera esté en la temperatura correcta, armar el escritorio más barato de Ikea, conseguir unas sábanas que cumplan su función hasta que pueda realmente comprar unas que me gusten, ubicar el supermercado más cercano y aprender a encontrar la mantequilla con sal en el mismo. Sencillo. Lista cubierta. 

Pero luego me tocó entrar de lleno en el único rincón de la casa que no quería visitar: yo. Me tocó aceptar que el insomnio no lo ocasionaba el colchón nuevo, pero si las memorias que se acumulaban en la espalda baja cuando ya no encontraban más espacio en mi cabeza. Las cargaba con dolor durante el día, intentando convencerme que esa contractura era producto de estar un año más cerca de los 30, y no de los tantos recuerdos sin procesar que ahora me pasaban factura.

Hoy, cuando ya la cocina estaba limpia y había hecho ejercicio para no pensar, me tocó enfrentarme a todos esos asuntos inconclusos, a esa nostalgia de estar donde se supone que debes estar, pero habiendo dejado pedacitos de ti en tantos otros lugares, ahora difíciles de recuperar. Intenté luchar todo lo que pude, pero al final me rendí a la sensación de derrota. Me senté a comer con mis memorias y, entre cada cucharada, par de lágrimas se atravesaban. Lo pienso ahorita, horas mas tarde, y me da risa. 

Que pendeja, me digo. Y decido salir a caminar, prender un cigarro, llamar a mi hermana. Estoy en hueco, me dice. Estamos. Me río de nuevo y me dejo ir. Me entrego a ella, como tantas otras veces, y le digo exactamente lo que pasa por mi cabeza. Definitivamente es la única persona que ha visto lo bueno, lo malo y lo terrible que hay en mi y ha sabido amarme como jamás esperaba ser amada. Me siento triste, pero viva. La escucho y se nos mezclan las tristezas en una única voz, que no es suya ni mía, pero nuestra. 

No han pasado más de 10 minutos y los recuerdos de la infancia ya están haciendo fila para ser nombrados. Aunque no queramos, terminamos en la raíz. Nos reímos otra vez, como solo quienes han vivido el dolor desde la risa -o el desconocimiento- pueden hacerlo. Le digo que si alguien de verdad supiera todas las historias que nos han moldeado, pensarían que estamos mintiendo. Y yo desearía que fuese mentira, solo un cuento de niños. 

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Comentarios

  1. Camila (tu hermana que te adora)10 de septiembre de 2023, 16:59

    Te amo con todo lo que soy, Betania.

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  2. Una siempre escribe los textos más bonitos desde la tristeza, desde el corazón roto 🧡 –Lu

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