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Me enamoré de esas caricias al despertar de un largo sueño, tras páginas llenas de historias maravillosas, esas mismas que un día leí con el corazón flechado y hoy en día solo me hacen recapacitar.
Me enamoré de esos besos largos y sin sentido, de esos enredos amorosos, típico cuento del chico malo que se enamora de la chica buena, como siempre. 
Me enamoré de tantas hipótesis y teorías, esquelas y epístolas. 
Me enamoré de la subordinación y el infinito, junto a Kafka. 
Me enamoré de Márquez y Allende, de sus historias de revoluciones y haciendas, de personas con tiempo y espacio propio, adueñándose de todo cuanto soy capaz de sentir.
Me enamoré de tantos artistas de verdad, esos que son capaces de inventarse mundos completos y aún así sentirlos como propios; y más aún, haciendo que el lector se vuelva parte de él, como por arte de magia.
Si, ¡Me enamoré! Y no me importa lo que puedan pensar. Yo quiero seguir viviendo de esto, consumiendo letras, respirando rimas, leyendo a Benedetti antes de dormir, soñando con la Rayuela de Cortázar, viviendo los silencios de Neruda, el eclipse de Perdomo, las golpes y caída que inspiraron a Vallejo, mientras viajo con Skármeta.
No necesito viajar para estar lejos de todo este mundo absurdo y banal, sin mayor afecto hacia lo intangible y perfecto de soñar con algo mejor, haciendo énfasis en los párrafos y pausas en los momentos perfectos y apacibles.
Si, me enamoré de lo irreal y lo fantástico, lo imposible, lo que vino y lo que está por venir, lo que mis ojos perciben, lo que mi mente asimila, lo que leo cada noche antes de acostarme, en el metro, al caminar o en cualquier segundo del día en el que quiera ser capaz de imaginar y seguir viviendo junto a esto que tanto amo. 

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