Ya basta de racionalización.

Miro a mi alrededor y las mismas caras tristes hacen eco en el vacío. Respiro y guardo ese pequeño soplo de vida en mis pulmones, intentando mantenerlo como si de hacerlo eterno se tratara.

Qué tonta. Nada es eterno.

Aún puedo ver sus ojos perdidos, descansando de todos los bellos paisajes admirados, los momentos de tristeza y la sonrisa de aquellos, sus amigos.
Ya no están, por lo menos no aquí, en esta ladera.
Pertenecen al viento y no queda más que afrontarlo, porque así sucede y, nosotros, los pequeños puntos somos incapaces de modificar un orden mayor, el universo mismo, sus planes. Y allí chocas con la realidad, o mejor dicho, ella te atropella.

Te miran, pero ya no importa.

Y es allí, donde todas las dudas se agolpan e intentan entrar así, de improvisto, en tus pensamientos. Sufres por dos vidas; la que vives y la que dejó de vivir, dejando un vacío que antes complementaba.

Un gusto a café amargo, por la impaciencia. Y no, jamás será el miedo a morir, sino a ver partir a él, a quien amaste; o a ella, sin decir adiós.

Te despides y tus pies se mueven por inercia a través del amplio pasillo. Las baldosas del hospital frías, al igual que el tiempo, se dejan pisar sin quejarse, sin remordimientos; y tú avanzas, porque ya no queda más que continuar con la función.

Otra taza de café y el frío cala hasta los huesos, por el dolor, la nostalgia y el humo del cigarrillo. Las fotos viejas, las sonrisas estancadas en el tiempo.

Las lagunas son de hielo y el sol sigue brillando, aunque ya no estés.Nada cambió, todo sigue igual. Faltas tú y pretenden que viva sin ti. Y así, sin quejarme, lo intento.

Más cafeína y espero en silencio, una alteración, un simple cambio que sé, por sentido común, jamás llegará. Sonrío y espero, porque en esta frágil realidad, nada me cuesta seguir escribiéndote, entre tazas y tazas de café, que aunque el tiempo pase y la vida siga, una pequeña parte de ti, se quedó flotando en el ambiente. Tus sonidos, tus palabras, tus tristezas y aquí, como siempre, evocando tus sonrisas, me quedé.

Entre cantos, todo es tan irreal y solo me queda revisarte página a página, valiéndome de argumentos improvisados para decirme a mi misma que estás bien, que estás mejor, que allá, en aquél rincón, el frío y el calor son solo letras, porque tu piel ya no te acompaña y todas esas sensaciones de calidez; un roce, un beso en la mejilla o caricias, solo solo memorias qué, quizás, ya no te acompañan. Dime, por favor, que sientes las "buenas noches", cada vez qué, en mi desesperación, te busco al recostar la cabeza sobre la almohada, hecha de ilusiones y esperanzas por ese "futuro mejor" que todos esperamos, sabiendo que más que un "ya veremos..." es una utopía.

No importa. No vale la pena ocupar la mente en suposiciones que no puedo concretar.

Como no lograr encontrar la incógnita en la ecuación, perder los puntos en el sistema euclidiano, inmiscuirse en las leyes de newton, relaciones estequiométricas y el tiempo pluscuamperfecto. Así, tan tangible y al mismo tiempo tan absurdo, tan poco preparado para la vida. Así, joder. Así me siento.
Porque siempre nos enseñan a despejar, sumar y restar, subrayar el verbo en la oración y a decir qué, "papá", es una palabra bisílaba, grave por ley, de las primeras en aprender y sumamente difícil de olvidar; pero jamás te enseñan a llorar y a reír, volcar los sueños en papel, olvidar la ira reprimida. Y nunca, pero nunca, te enseñarán a escucharme desde lejos, donde el sonido deja de ser una simple perturbación de la materia y su misma propagación.

Solo queda comprender qué, aunque cueste, más vale seguir pensando que la vida es algodón de azúcar para comer con los dedos, aspirando grandes bocanadas de aire entre cada mordisco, sin pensar en la velocidad del viento o la expansión del mismo. Olvidando tiempos de vuelo, velocidades y métricas en las rimas, porque allá, donde tú estás, solo importaban las sonrisas; y vaya que supiste dejármelas.


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