Me deshice tantas veces para encajar en una maceta cuadrada, como un bonsai. Yo, la persona que nunca quiso ser árbol, se convirtió no solo en árbol sino también en el más pequeño del mundo. Y es que hasta mi forma de sentir, tuve que monitorearla. Quizas porque las lágrimas que un día te hicieron sentir parte de mi mundo, hoy te agobiaban. Así que me callé y seguí. Me deshice otra vez antes de dormir, con la esperanza de amanecer más tuya, cuando en realidad simplemente me perdía a mi. Quise retenerte como una niña que atrapa una luciernaga y quiere conservar su luz en un frasquito de compota, como si el abrazarte más fuerte podía compensar lo que tú ya estabas dejando partir. Entonces llega la tormenta, porque no puedo ser solo silencio y la Betania que se escondía para no incomodar entra de un portazo y habla. Dice que no puede continuar de esta manera. Quiere sentirse escuchada, quiere que quieras estar con ella, sostenerla en tus brazos, decirle que la amas como tantas otras veces
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