A Henry, por otro año más –juntos-.


¿Qué será de ti, que duermes por las noches mientras aquí aún es de día?

Deben ser eternas, al menos en un sentido práctico. Así he decidido creerlo, para poder intentar recrearte en imágenes de mármol dormido, de príncipe clásico, ahora paciente y sin prisas que corten la respiración al final de la jornada.

No has cambiado nada y eso me desespera. Mientras sigo sumando velas a la torta, tu sonrisa se ha quedado fijada en un espacio atemporal, casi ficticio, como si naciera de lo que quiero y no de la imagen que el espejo te devuelve.

Me da miedo alcanzarte, llegar a la meta de los treinta y sentirte igual. Pasar mis crisis, dejar el trabajo, adoptar un gato, vivir del café que tanto tiempo te mantuvo, empezar de nuevo, comprender que es una mentira, volver al trabajo. Cumplir cuarenta, verte de nuevo. Saber que somos iguales cuando deberíamos ser tan distintos. Saberte en tu noche eterna y seguir construyendo la idea de verte sonreír y que esta vez, la definitiva, sea distinta; pero tus labios se quedaron dormidos sobre tus dientes desnudos y mis ojos se fijaron en esa única silueta que diseño a diario cuando me haces falta y no puedo despertarte.

Te miro. Sabes que te miro. Te llevo a todas partes. Estás tan en mi como solo tú sabrías estarlo, mientras respiro por los dos.
A veces me asusto, porque el espejo me entrega tus ojos sobre los míos y en la calle te consigo cuando ni siquiera sé que te estoy buscando, entonces me pregunto:

¿Qué será de ti, que jamás volverás a ver el día?

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