Me ofreces una flor y no me gusta,
la rechazo.
tras las cortinas de mi mente,
claro,
como cualquier espejismo,
siempre imposible.

Si, la rechazo.
No quiero que la arranques
la entregues como trofeo
despedida disfrazada de camelia
mentiras que imitan analgésicos
amapola, mi sedante.

Detén mi insomnio
pon de nuevo esas formas sobre las nubes.
                                                                          Ponlas tú.
Un caballito de mar cualquiera,
la silueta de un ancla en ultramar,
tus labios entre abiertos
yo que me pinto de ti
y te mancho con mis huellas
el capítulo 92 que te recito a tropezones,
a los coñazos,
a sabiendas de tu silencio necesario
tus palabras que reptan por mi tronco
las ramas que negué tener
el fruto que se escapa de mis palmas
y se frenan en mi vientre,
en las tantas noches que te he imaginado sobre mi,
                                                                            abajo de mi,
siempre a mi lado.

No quiero tus flores,
esas que jamás me has ofrecido,
que probablemente nunca llegues a obsequiarme.
No quiero tus malditas flores,
no quiero los lirios que jamás pondré en un jarrón ilusionada,
regándolos con gotas de una dicha indiscutible,
en esta suerte (¿Suerte?) de tenerte.

Tampoco quiero que seas mío.
No quiero encontrarte sobre el caballito
nadando cerca del ancla,
con tus labios sellados por el tiempo,
sentados en un porche bajo el agua
en una casa compartida por un silencio que no quiero sostener,
ya sin nubes que moldear,
con tantas noches y sin ningún cuerpo,
con tus flores marchitas sobre mi mesa. 

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