Ficción.

Porque un breve cuento de hadas, también puede ir sin finales felices, por lo menos para una de las dos partes.

  Los resultados fueron los esperados por él; los más dolorosos y humillantes para ella.

Lo quiso como se quiere al viento, a la flor misma, al espejo que llamamos cielo. Así, libre pero de ella, del mundo. Eso sí, nadie lo quería como ella, con tantos adjetivos para describirle la mirada, la ternura y su piel, esa que algún día supo cuidar, llenándola de calificativos.
  
En sus sueños lo recorría con una paciencia infinita, prolongada hasta cautivar a su pupila con su cara, su cuerpo; claro. Fue su sueño de verano, otoño, invierno y su eterna primavera. Justo así, olvidando todo orden natural, incluyendo las fechas o estaciones.

  Su meta.

Lo amó con paciencia, ternura y satisfacción. Con poderío; nada de pretéritos y rodeado de posesivos. Mío, no de otra.

Ahora, no entiende como el amor no pudo guardar sus ilusiones, sus sentidos, su sonrisa, su carácter; pues solo supo perderlo donde no había nadie que pudiera admirarlo así, con cada detalle perfecto y delicioso para sus sentidos.

Fue todo, pues será de otra.
Otra que pueda satisfacer la lujuria precisa.
Otra que no sabrá despertarlo rodeado de silencios y caricias.
Otra qué, quizás, pueda declamarle su amor en versos, pero aquí sigue ella, sabiendo que ninguna otra podrá siquiera intentar el hablar con sus silencios, pelear en sus batallas, llevarle al cielo sin derecho a devolución de sentimientos ni razón. Ella, quién sabrá seguir queriéndole, aunque deba repartir nuevamente su fraccionado corazón.


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