Dos estantes a la derecha, como aquél carril, el de 40km/h...Lento, justo como yo. Una total pérdida de tiempo, tomarle por placer. A veces, no es más que la última opción que podemos escoger, cuando es inminente detenerse a esperar una grúa.
De papel, de portadas y colores, los disgustos, los vocablos, las notas al pie -o a la mano, ¿por qué no?- de página, el tono de tu voz. Un libro viejo y tan antiguo como antagónico y potencialmente fugaz, porque se olvida. Nada de textos con definiciones puntuales, mucho menos ensayos de rigor. Nada más un compedio de errores que no saben sumarse ni, después, multiplicar.
Así soy, cuando la hora pico se acerca y el canal, en contra flujo, anuncia entre desprecios, que comienza a funcionar.
Porque es imposible no transitar, de 9:00 a 4, tres estantes más allá.
Me senté frente a una puerta que hace tres meses no conocía y lloré lo que me faltaba llorar en muchísimos años. Lloré a la niña que fui, a la que pasaba noches sin dormir preguntándose el por qué de tantas cosas. Lloré a esa parte de mi que se preguntaba por qué no era suficiente. Lloré a esa parte de mi que amaba incondicionalmente, que se despojaba de todo con tal y sentir. Sentirlo todo, como una puñalada de realidad. Me ahogué en todas las conversaciones justo antes de dormir y te juro que se me quebró la voz hasta en los recuerdos, como si fuese incapaz de hablar de ellos hasta en mis propias memorias. Me hice río y me ahogué en mi propio caudal, frente a una puerta que ya no es puerta y una Betania que no soy yo, pero que era. Lo era todo y lo di todo, hasta quedarme con las manos vacías de posibilidades y llenas de miedo. Un miedo sordo que se abrazaba a mi cintura mientras intentaba caminar, que me inmovilizaba las piernas en un intento por detenerme, pero no importó: caminé c...
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