18.262 días y otras tantas miles de noches.

Un vaso de whisky acabado por la histeria, el calor, la falta de hielo. Unas manos agrietadas por el tiempo, las malas jugadas, los viejos recuerdos. Tantas veces recorrieron aquel mismo cuerpo, para memorizarlo cual cartógrafo, dueño de cada rincón inhóspito y exuberante de su anatomía. Ahora, esas manos exploradoras, solo viven de añoranzas. Sus dedos, cargados de pequeñas y finas arrugas siguen imaginando aquel firmamento; aquella firmeza qué, solo ella, podía poseer. 

Hasta el tiempo mismo está cansado de pasar. 

Mucho antes de saberla suya, la idealizó. La hizo parte de un circo de beldades, de un mundo maravilloso. Miles de motivos para amarla y otros tantos para darle vuelo a la imaginación y a los momentos, vividos y por vivir, sin tan siquiera declararle todo lo que pasaba por su mente ¿Y por qué no? También su corazón. 

No se como continuar, porque lo más extraño y complicado del amor es colocarle parámetros, cargarlo de definiciones, adjudicarle un sentido. 
No quiero ser yo quién, en un arrebato de nostalgia, trate de darle un título a esto, tan abstracto y emotivo, como lo es el amor, la vida misma, tus caricias, los recuerdos. 

Y el tiempo, como nunca antes, se detuvo.

El whisky pasó como su vida, entre sorbos de arrebato y calma; amor y desaciertos. Jamás pudo volver a tenerla como en aquel entonces, cuando "amarla" era tan sencillo como deletrear tan ensordecedora palabra. Jamás pudo volver a reposar en su firmamento, pues poco a poco, pasó a ser parte de ese hielo que se esfuma entre el alcohol y cada charla. Jamás pudo abrazarse a sus motivos para continuar en esta lucha constante, en este infierno de pasiones.

Dejó su vaso, siguió sus sueños y decidió reposar junto a ella, con un "Quizás..." en los labios. Para ella, por tantas cosas por decir, momentos por vivir, caricias por entregar. Y allí se quedó, sin nada más que el desconcierto. 

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