Crónicas de la niña buena, con aspiraciones al calificativo de "mala", solo por amor.



Con la niña mala, recorrí París. La vi desvanecerse tras la École Militaire, en cada Bistrot , tras l'avenue de Tourville. La vi allí, deseando el amor que siempre tuvo y que nunca compartió, ni siquiera aún y cuando sola estuvo, detrás del tiempo, resumida a nada.

 Odié a Vargas Llosa, por enseñarme el mundo que no puedo tener, que me niega mi naturaleza de persona corriente, sin sobresaltos, sin ningún rasgo que valga la pena destacar, sin esa cinturita mínima y cariñosa que alojaba a Ricardo, noche tras noche, sin hacerle saber que le quería.

 La odié por su libertad, por su ímpetu de niña mala, que la arrastraban a la fuerza de la realidad y la llevaron a una podredumbre de adinerados sin carisma, sin respeto a la vida y sus dictámenes de amor. Y a él, ¿Cómo no odiarlo? Amando cada parte de su vida, de sus deditos esmirriados que lograba besar en contadas ocasiones a lo largo de treinta y cinco años de calamidades, de traducciones, de palabras robadas y repatriadas a un idioma que quizás ni le correspondía.
 Si que supo amarla, aún y cuando de chilenita, pasó a camarada en Cuba, a madame en Francia, a señorita de ingleses, a japonesa prostituida y enganchada a un hombre que jamás supo más que hacerle sufrir todos los desencantos de una vida, para volver a sus brazos. A tus brazos, Ricardito; y tú, como siempre, la recibiste una vez más. La hiciste tuya, noche tras noche, en una camita chiquita, que en nada se comparaba al tamaño de tu corazón. 

La amabas, si que la amabas.

 Mientras te hacías inmortal en esas páginas, yo lloraba de impotencia al ver que tu amor, ese tan digno y tan despreciado por esa canalla que nunca se atrevió a plantarse frente a ti y hacerte el hombre más feliz de este y todos los mundos, jamás sería para mi. Nunca, nunca, jamás. Que triste me sentí al terminar de sentir las páginas, tras mi tacto, entre una coraza fría y dura, sabiendo qué, después de todo, ella fue el único e irrevocable amor de tu vida, y tú, para ella, fuiste más que lo que predicó. Fuiste su felicidad, aunque ella prefería "ser tu puta, tu perrita, tu amante". ¿Que si me dolió? Claro que si, mucho más leyéndolo de ella. 

Adiós, Ricardo. Quédate entre esas páginas, dejando a la niña mala seguir con sus travesuras, escurriéndose en tu cama hasta el final de los días. Síguela amando, hasta que en el desafuero, comprendas que a veces es mejor morir de a poquito, porque cuando el amor se siente, quema hasta los huesos.

 Adiós, hasta que algún día, detrás de otro libro, siga comprendiendo la incomprensible trama, valga la redundancia, de las aguas verdes y mansas de un amor que no lastime, como el que me hiciste sentir en 375 páginas.


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