Ya no está de moda eso de escribir la historia desde el final, cuando se deshacen los pajaritos, se tergiversan los hechos, se disuelven los recuerdos como hojas de té chino. No, ya no disfruto de esas historias. Terminé tan hastiada de escuchar relatos desde el final, que guardé en un rincón de mi memoria, lejos del sol, la historia del gato negro que tanto atormentaba la genialidad de Poe. 

Hoy, nada me parece increíble.

Iba a transcribirles un cuento que tengo en la cabeza, dando vueltas y vueltas, jugando al escondite, escabulléndose con vida propia, pero mejor lo aguanto allí, hasta que por voluntad quiera escribirse y dejar de torturarme. 

Hace un tiempo descubrí que trazarme un futuro metódico, estadístico, calculado, de horarios inquebrantables, era imposible. Para muestra, estoy aquí, escapando de mis propias obligaciones, por cumplir un gusto efímero y soez , puesto que en lingüística me saco un 0. 

Quería hablar de tantas cosas, explicar un punto aquí, aquella coma seguida de una oración inconclusa, miedos con suspensivos y demás emociones que se escapan a una simple palabra, pero no puedo. No puedo dejarlas salir, hablar, cantar, decir. Es más que eso, en definitiva. 
No es si un tequieroaquíconmigo basta, o sobra, dentro de este párrafo, absurdo por naturaleza y mal redactado por diversión. Es que aquí no basta nada, pues más divertido es ver como se va llenando la vida, con gotitas de vainilla, hasta rebosar (Y después dicen que el amargo es fuerte, que el dulce empalaga), pero de conformismos, nada.
Por eso, ¿Qué importa si te escribo hoy o en un par de años? El tiempo vuela mientras espero, sin saber tan siquiera que estoy esperando, pero no me quejo. Mi tiempo no es invertible en cualquier otra cosa qué, según el mundo, valga la pena. Quedarme mirando al cielo, mirando al atardecer llegar, simplemente colma mis expectativas. Para mi, al contrario, todo basta. Un punto donde dos gotitas es suficiente y a saber que rica quedó la torta (Simples analogías).

El punto es que simplemente no quiero atarme a una vida donde deba hacer tres comidas al día, un baño reconfortante y tareas domésticas sin chistar. 
Comer cuando te da hambre y bañarte por diversión es más productivo que sentarte y dejar que el mundo pase sobre ti hasta el horario señalado.

Es que aquí, en el mundo, todos se quejan porque les lastiman, los hieren. Porque el sol calienta mucho y el calor es insoportable o porque el frío es comparable con una nevera industrial. No se preocupan por abrigarse si es necesario o lanzarse al agua si se amerita. Es más fácil armar un espectáculo bajo una resolución que se ha manejado desde el principio de los tiempos.

Ojalá pudieran simplemente decidir entre dos cosas: vivir empujados o empujarse a vivir. 

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